De los 500 mejores
tiempos de la historia de los 100 metros lisos, tan sólo 6
corresponden a atletas blancos. Algo parecido pasa en las pruebas de
resistencia, totalmente dominadas por los keniatas -han ganado 13 de
las últimas 14 maratones de Boston. Comparados
con los caucásicos, los atletas africanos tienen huesos más densos
-¿por eso son malos en natación?-, menos grasa corporal -¿también
esto influye en la natación?-, caderas más estrechas, piernas más
largas, muslos más gruesos y “gemelos” más ligeros que los
blancos. Pero eso no es todo. En este artículo se trata de
dar una explicación fisiológica a tan tamaña desviación
estadística en cuanto a rendimiento atlético.
Resistencia: una cuestión
de eficiencia energética.
Las pruebas de
resistencia son dominadas por atletas que provienen de una pequeña
región de Kenia de apenas 3 millones de habitantes -Kalenjin-,
mientras que los mejores esprinters son atletas africanos de la otra
parte del continente, de la África occidental.
Bengt Saltin, fisiólogo
sueco del Copenhagen Muscle Research Centre de
Dinamarca, ha investigado la supremacía keniata en el atletismo de
fondo. Los hallazgos llevados a cabo por este equipo científico han
descartado la mayoría de las explicaciones populares a este
fenómeno: la altitud, la dieta, y el que los niños van corriendo a
la escuela. En cuanto al consumo de oxígeno, los keniatas arrojaron
valores similares a los escandinavos; en lo correspondiente a la
dieta, más bien es al contrario, su dieta no es rica en aminoácidos
esenciales, vitaminas o grasas; y finalmente, la hipótesis de la
actividad física en la infancia tampoco resultó verdadera, los
niños keniatas son tan activos como los daneses.
La
clave parece residir en la habilidad de los keniatas para resistir la
fatiga, para no dejarse vencer por el lactato. El ácido láctico se
genera cuando se ha llegado al límite del consumo de oxígeno;
entonces ya no se puede generar energía de forma aeróbica -con
consumo de oxígeno-, y se comienza a sacar partido de la
fermentación láctica, lo que produce como subproducto el lactato,
que se acumula en la sangre, acidifica el medio celular y merma el
rendimiento. El grupo de Saltin descubrió que, con el mismo oxígeno
de partida, los keniatas eran capaces de correr una distancia un 10%
mayor que la que corrían los europeos; es decir, al igual que un
coche más aerodinámico, estos realizaban un consumo de
“combustible” más efectivo que los europeos.
¿Qué
tenían los keniatas que los hacía “más aerodinámicos”? El
grupo de Saltin encontró que las diferencias más importantes se
daban en la masa muscular de los “gemelos” -múculos gastrocnemios, que
se encuentra en la parte posterior de la pierna entre la rodilla y el
tobillo. Los atletas africanos tenían como promedio 400 gramos menos
de “carne” en cada pierna. Cuanto más lejos del centro de
gravedad -que suele estar en torno a la cintura- se encuentre el
peso, más energía es necesaria para moverlo. El grupo de Saltin
calculó que añadir 50 gramos de peso en los tobillos incrementaba
el consumo de oxígeno en un 1%, por lo tanto, según Saltin, los gramos de
menos que tienen los gemelos de los keniatas, se traducían en un ahorro de un 8% de consumo
por cada kilómetro recorrido. En definitiva, en palabras de Henrik Larsen, otro investigador del Copenhagen Muscle Research Centre de Dinamarca:
“los keniatas son corredores más resistentes porque emplean menos
energía en mover sus piernas.”
En
posteriores estudios también se descubrió que el músculo
esquelético de los corredores keniatas posee, en cantidades mayores
de las promedio, una enzima que se encarga de bajar la producción de
lactato, llevando las reacciones bioquímicas de obtención de
energía hacia la oxidación de ácidos grasos. Según el autor, los
altos niveles de esta enzima se pueden deber al entrenamiento, pero
en su opinión, “tiene grandes posibilidades de ser un mecanismo
genético”.
Resultados
similares en consumo de oxígeno y niveles de enzima y lactato fueron
encontrados en un grupo de corredores negros del Sur de África,
cuyos “tiempos” son similares a los de los keniatas.
Además
de esto, está el hecho de que los keniatas son fenotípicamente
delgados y ligeros (50 o 60 kilogramos de media). Es decir, que no es
sólo que sus piernas sean más livianas, sino que todo el “chasis”
pesa menos.
Y
finalmente está el tema de las fibras musculares, lo que para muchos
es el factor clave de la supremacía keniata (y africana en general)
en las pruebas de resistencia. Existen dos tipos de fibras
musculares: tipo I o roja, de contracción lenta; y tipo II o blanca,
de contracción rápida. Los corredores de resistencia tienen hasta
un 90% de fibras tipo I, que tienen una densidad vascular elevada y
muchas mitocondrias -orgánulos celulares que se encargan de producir
energía en presencia de oxígeno.
SI juntamos todos los datos, tenemos que los keniatas tienen poca masa
muscular en sus piernas, pesan poco, y encima la escasa masa muscular
que tienen es tremendamente eficiente para obtener energía aeróbica
-con oxígeno- y así producir muy poco lactato. Además, por si
fuera poco, tienen una carga enzimática superior para recurrir antes
a los ácidos grasos que a la fermentación láctica. El resultado:
que de una misma cantidad de combustible obtienen mucha energía, sin
pagar peaje ninguno -producción de ácido láctico-, y encima van en
un coche más ligero, con lo que pueden viajar mucho más tiempo por
la autopista y así llegar más rápido a su destino.
Velocidad:
negros con fibras blancas.
Y en
el otro extremo del atletismo, están los mejores sprinters, que
también son negros, aunque en este caso del África occidental. (Y
todos sus descendientes de EEUU, Jamaica, Bahamas, Grenada, etc...) Y
aquí, paradójicamente, nos encontramos también en el otro extremo
fisiológico: los atletas del oeste africano son más altos y pesan
hasta 30 kilogramos más que sus parientes del sureste. Pero la
diferencia más reseñable está en el tipo de fibra muscular: los
sprinters negros tienen un porcentaje más alto de fibras blancas
tipo II -las de contracción rápida- que el resto de los mortales,
incluidos los keniatas. Estas fibras funcionan de manera totalmente
contraria a las rojas tipo I: están especializadas en producir
energía de manera rápida y explosiva sin recurrir al oxígeno. Las
fibras tipo II obtienen casi toda su energía de la fermentación
láctica. El resultado: no son buenos en carreras largas -sacan poca
energía del oxígeno y mucha del sistema anaeróbico por lo que
acumularían mucho lactato-, pero en distancias cortas -donde casi
toda la energía se obtiene en anaerobiosis por que estás en
esfuerzo máximo y la corta duración no da tiempo al efecto
inhibitorio del lactato- están comodísimos, y de esta manera
consiguen marcas tan espectaculares como las que consigue el genial
Usain Bolt.
El
porqué evolutivamente hemos llegado a tener estas diferencias es
un
tema muy interesante para reflexionar e investigar, pero eso da para
otro post y un par de libros por lo menos. Por supuesto, no todo es
genética -aunque es mucho- porque de nada vale tener unas fibras
musculares maravillosas si estamos tirados todo el día en el sofá.
Las marcas que estamos viendo estos días en los juegos olímpicos,
se consiguen con mucho esfuerzo y mucho entrenamiento -incluso Usain
Bolt-, pero lamentablemente, aunque parte de las fibras tipo II -las
"menos rápidas" IIa- se pueden transformar en las lentas tipo I después
de un entrenamiento de resistencia intenso, hasta ahora no hay evidencia
de que las
fibras tipo I se puedan transformar en las tipo II. Es decir, que
los músculos de los blancos y sus fibras rojas nunca podrán llegar
al nivel -y la velocidad- de los músculos de los sprinters negros y sus
rápidas
fibras blancas.
Fuente: bitacorabeagle.blogspot.com.es